En
la película La red (The Net), Sandra Bullock representaba a una atractiva geek que
vivía prácticamente encerrada en una habitación oscura y sin ventilación, sin
más contacto con el mundo exterior que el que se daba a través de su
computadora conectada a Internet. Corría
el año 1995, la web era una novedad a la que accedían apenas un puñado de
privilegiados y la protagonista de la historia ya trabajaba, compraba su cena,
planificaba sus vacaciones y contactaba con sus (pocos) amigos a través de la
red.
Esas
escenas, que años atrás podían inspirar una gama de reacciones entre la incredulidad
y el asombro, hoy no impactan a nadie. Lo que muestra la película ha sido
largamente superado por la realidad. Esa visión obsoleta de la red como una
herramienta misteriosa y críptica, reservada a unos pocos excéntricos con problemas
para generar vínculos sociales, ha quedado definitivamente en el olvido.
Hoy
somos cientos de millones los que día a día trabajamos, hacemos nuestras compras,
pagamos nuestros impuestos, nos informamos, nos entretenemos y socializamos a
través de Internet. Y, lejos de ser sinónimo de aislamiento o falta de
vínculos, la web es más que nunca una importantísima herramienta de
socialización, quizás la más importante que se haya creado en la historia de la
humanidad.
Aun
así, todavía escuchamos voces que vaticinan la desaparición de Facebook, red
social a la que califican como “moda pasajera” o entretenimiento efímero con
fecha de vencimiento. No parece probable, al menos si nos atenemos a “pequeños
detalles”, como a sus 840 millones de usuarios esto equivale a que más de una
de cada diez personas en el mundo tiene un perfil en la red creada por Mark Zuckerberg
o a los exorbitantes ingresos que la empresa generó durante 2011, 3.700
millones de dólares en conceptos de publicidad.
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